Cultura

Una tarde fría y lluviosa

por Raimundo Horacio Lindner

La clase práctica de astronomía en el planetario trataba de la constelación de Orión, un brazo en espiral de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Lucas, joven y delgado, pero de constitución fuerte, observaba el cielo con atención extrema; un muchacho muy dotado intelectualmente con una cara normalmente pensativa y con un ligero dejo de tristeza habitual en ella. En contraste con un frío y húmedo día de invierno, el cielo constelado del planetario se veía brillante y luminoso, mostrando el más notorio y cercano conjunto de estrellas del universo visible, tanto en el hemisferio norte como en el sur, la nombrada constelación de Orión.

– ¿Cómo estuvo la práctica? -preguntó Carolina, más que amiga del muchacho.

– Pues fantástica, -contestó el chico sonriendo-, puesto que Betelgeuse, Bellatrix y Rigel mostraban su hermosura. Nuestra Vía Láctea; bellísima, por siempre jamás.

– Sabes que no me refiero a las Tres Marías o a los Tres Reyes Magos, como quieras llamarlas, -le contestó la chica-, puesto que las conozco muy bien, sino a la práctica del rugby. Dentro de veinte días tienen un torneo importante, tengo entendido, la final con la Escuela de Veterinaria.

La muchacha rubia y con el pelo cortado a lo paje, ojos muy vivaces y cara sensible le dirigió una mirada inquisitiva que conllevaba un evidente estado de disconformidad, situación incómoda presente en su rostro cada vez que se trataba el tema sobre dicho deporte.

– No entiendo tu enojo -contestó el muchacho-, el rugby es un deporte rudo, te lo acepto, pero con reglas varoniles y se juega de acuerdo a ellas sin mala intención, rudo pero honesto- recalcó.

– Sí -dijo la chica-, tan caballeresco que a mi padre cuando joven le trajeron con un brazo roto y el hombro a la altura del codo. Desde entonces, pues fue en el lado derecho, para poder escribir tiene que ponerse de costado. No nos vamos a poner de acuerdo, pero no lo entiendo; esos vestidos de negro que gritan como los maoríes, y con gestos que más de caballeros son de gorilas enfurecidos. Se agarran todos agachados y como una tarántula gigante empiezan a dar vueltas y vueltas, gritando como locos y corriendo como caballos desbocados. Realmente no lo entiendo y no sé cómo a pesar de brazos rotos, hombros desencajados y piernas partidas en dos o en cuatro, más de una vez, conservan la vida. Será porque Dios es grande, sin lugar a dudas.

Mientras hablaba la chica no dejaba de hacer gestos con la mano y miraba de reojo a su compañero, que impasible y con una sonrisa apenas esbozada no dejaba de tocarse el mentón con los dedos en señal de asentimiento, lo que ponía aún más molesta a la muchacha.

Estudiante de música, -del violoncelo específicamente-, sensible y culta, acompañarlo a los partidos no le resultaba agradable, pero lo hacía por razones lógicas y fáciles de comprender, simplemente estar al lado de él y acompañarlo. Gran amante de la música de Juan Sebastián Bach y fanática de Rostropovich, al que tuvo oportunidad de ver tocar en el Carnegie Hall de Nueva York -donde en una clínica estuvo sentada a pocos metros de él cuando tomaba examen a los estudiantes-, cursaba el quinto año del Conservatorio y sus inclinaciones iban de las Sarabandas y los randenburgische Konzerte a la atención de la explicación apasionada de Lucas sobre el más allá en el universo.

– Se llama scrum -explicó el muchacho sonriendo.

– ¿Qué se llama scrum? -preguntó la chica.

– Lo que tu llamas la tarántula, consiste en agarrarse de los brazos agachados en dos o tres filas formando un corredor y tirar en él la pelota por lo bajo, sin tocarla, y como dices, sí, se da vueltas hasta que lo toma un compañero ajeno a la formación para intentar la carrera para llegar al try, es decir la meta.

– Se deben agarrar bastante bien -replicó la muchacha-, que a papá lo trajeron en camilla y de casa al sanatorio. Vaya que es divertido. ¿Y sabés una cosa? Lisiado y todo mi padre pensaba en reintegrarse a algunos partidos, ¿Lo puedes creer? Menos mal que no lo hizo, puesto que sino tendría que escribir con los dedos del pie. Antes de tomar clases de baile de arácnidos, deberían hacerlo de primeros auxilios para socorrer al de al lado, un sangrante de lo más habitual.

– Un hombre de principios tu papá, evidentemente, -contestó el muchacho con sorna, -lo de los maoríes, en este caso representados por los All Blacks, los mejores jugadores del mundo, no es solamente un grito de guerra -explicaba Lucas-, es algo mucho más profundo. Es el grito de supervivencia, el estímulo para la lucha y conservación de la vida, un impulso vital de prolongarse en el más allá… En fin, un grito de trascendencia.

– Sí, más allá del partido y del campo de deportes, en el sanatorio, todo fracturado y vendado como una momia.

Pero mejor no discutamos más, -dijo la muchacha-, hablemos del universo. Estuvieron estudiando a Orión, por lo que has dicho.

– Exactamente, una cosa es ver Las Tres Marías en una noche estrellada que verla en el planetario o mejor aún con los telescopios. Sin dudas una constelación fascinante.

Cuando chico mirando el cielo estrellado me hacía la ilusión de ver un gran cuchillo con las Tres Marías como el protector o la cruz del mango, las tres más chiquitas como el mango en sí y al final una estrella notoria como la punta del mismo. Es Rigel, la más brillante de la constelación.

– Es cierto lo que dices, a mí también me parece la figura de un cuchillo- contestó la chica.

– De todas maneras no estamos muy errados pues Orión, el cazador, es visto en la mitología griega como un guerrero con un escudo y la espada, y la distancia mínima de una de sus estrellas está a 70 años luz y la más lejana a 2.700, con una gran nube cósmica entre ellas y estamos hablando de la constelación más cercana a nosotros. La conversación interesante de la joven pareja siguió fluida por el resto de la tarde, una tarde, como dijimos, lluviosa, fría y poco acogedora. Además -siguió explayándose el muchacho-, se chimenta que Orión toda la vida estuvo acosando a Las Pléyades o a Las Siete Cabritas, como quieras, y que aún lo sigue haciendo -comentó el muchacho con malicia y mirando sonriente a la chica.

Carolina acompañó a Lucas en el gran match definitorio del campeonato entre las Universidades de Astronomía y la de Agronomía, luego de protestas y con poco agrado, por supuesto, pero fue la última vez que lo hizo aunque siguió viendo con regularidad al muchacho. Esa mañana llegó apresurada a verlo.

Lucas había partido hacia la constelación de Orión oyendo voces confusas y la sinfonía del universo; en realidad nada era muy entendible para él. Hizo escala en Betelgueux, la super gigante roja y se vio envuelto en grandes nubes de gases. Continuó hacia Andrómeda, la contigua y más cercana constelación con todas las intenciones de escapar de la Vía Láctea rumbo al universo profundo. A medida que avanzaba se sentía cada vez más libre y un sentimiento de felicidad invadía su ser que era atraído hacia los confines de lo desconocido, pero voces entremezcladas y ruidos lejanos lo confundían sin comprenderlos. Intentó poner atención, pero nada era entendible. Le parecía que su cuerpo era una cosa más entre muchas, sin tener conciencia del mismo; el tiempo había dejado de existir y tomaba una dimensión desconocida.

El doctor muy amablemente se acercó a Carolina y le explicó -algo de lo que la chica ya tenía conocimiento-, que el golpe de choque contra el contrincante había sido muy fuerte y lesionó zonas vitales produciéndole un coma profundo irreversible. Habían pasado ya diez días y la familia ordenó que esta mañana se lo desconectara. La muchacha nada dijo, asintió con la cabeza y permaneció en silencio.

Lucas, en tanto, aligerado de presiones, logró escapar de la Vía Láctea, pasando por la galaxia en espiral del Sombrero y logrando sortear la ley de gravitación universal de la nebulosa del Cangrejo, -ubicado más allá de la Vía Láctea-, siguió su camino cada vez más atraído por el más allá…

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